lunes, 9 de noviembre de 2009
viernes, 6 de noviembre de 2009
Nano - PARTE I
Mira su reloj. 10 am. Vacía su taza de café y toma lo último que queda de soda en el pequeño vasito de vidrio rayado. Vuelve a mirar su reloj, se acomoda la corbata y sacude las migas de su saco. Deja dos pesos sobre la mesa, levanta su maletín del piso y abandona el bar.
Afuera caen algunas gotas y de la vereda se levanta un vapor que inunda el humor de la gente. Todos parecen apurados pero circulan con lentitud. El kiosco de diarios tiene una clientela importante y se complica mantener la mercadería intacta a pesar de la lluvia. El plástico que cubría cuidadosamente las revistas ahora comienza a volarse y las gotitas que estaban en él depositadas ahora se posan sobre los escandalosos titulares y las abundantes curvas de mujeres famosas, y otras que lo serán pronto. El aire va tiñiendo todo de un gris violáceo y la ropa de la gente baila formando figuras redondeadas en el viento. Varios se amontonan para caminar bajo los toldos y techos de comercios que bordean la vereda, evitando mojar sus trajes. Él prefiere mojarse y circula cómodamente justo del lado del asfalto. Sabe que será un buen día. Hoy va a vender por fin el proyecto en el que viene trabajando hace meses. Llegará húmedo pero a tiempo a su reunión. Está seguro de lo que va a proponer, sabe que su trabajo es impecable, pero igual experimenta esa ansiedad habitual antes de cada reunión.
Por favor, que no tenga. No, por favor.
Entra al edificio y le pide a la recepcionista que lo anuncie.
-¿Quién lo busca?
-Barreda, Mariano.
Desde su vestido de algodón negro, su escote libre de peligro lo alivia y una voz le pide que tome asiento. Se acomoda en un sillón de cuero, del mismo color que el vestido, y comienza a observarse en el espejo que tiene en frente. Algunos pelos han quedado achatados sobre su frente y su remera blanca es transparente en aquellos pequeños sectores que fueron alcanzados por el agua. Se peina, pasando los dedos por sus mechones de pelo (del mismo color que el vestido de la mujer y que el sillón), y hace que el aire circule entre su piel y la tela que esconde su torso, aun joven.
Sus 35 años le dan una presencia firme y segura. Eso atrae la curiosa mirada de reojo de quien detrás del teléfono le sonrie tímidamente mientras lo investiga en detalle. Zapatos brillantes (del mismo color que el vestido, el sillón y su pelo), pantalón de vestir azul oscuro, saco haciendo juego y corbata con una trama bordó y amarilla. Llama la atención la remera escote en V reemplazando la camisa que cualquier hombre llevaría a una cita formal. Pero a él le da un look particular. Y a ella le resulta aún más interesante. Empieza a sentirse impaciente y juega con su corbata. Siente que algunos hombres se pasean cerca de él pero prefiere negarles la mirada. No necesita nada que lo desconcentre en este momento. En los extremos de su visión alcanza a ver una camisa celeste saliendo de una oficina adyacente. Su ansiedad aumenta y sus pies empiezan a moverse con nerviosismo.
Que no sea él, que no sea, que no sea, piensa.
Siente pasos que vienen hacia él desde la derecha. La camisa se acerca al escritorio de la recepcionista y luego de unos segundos regresa a su lugar de procedencia.
Gracias, gracias, no era él.
Espera unos minutos más. Logra fijar su pensamiento en la mejor estrategia para convencer a su cliente, repasa sus argumentos y repite en su interior algunas frases necesarias. La puerta de la derecha vuelve a abrirse y la camisa celeste se asoma.
-Adelante, dice.
Mariano levanta la cabeza y percibe esa masa azul clara haciéndole un ademán con el brazo izquierdo. Respira hondo pero no lo puede evitar, sus piernas empiezan a temblar y sus manos se humedecen: Botones, botones y más botones.
Afuera caen algunas gotas y de la vereda se levanta un vapor que inunda el humor de la gente. Todos parecen apurados pero circulan con lentitud. El kiosco de diarios tiene una clientela importante y se complica mantener la mercadería intacta a pesar de la lluvia. El plástico que cubría cuidadosamente las revistas ahora comienza a volarse y las gotitas que estaban en él depositadas ahora se posan sobre los escandalosos titulares y las abundantes curvas de mujeres famosas, y otras que lo serán pronto. El aire va tiñiendo todo de un gris violáceo y la ropa de la gente baila formando figuras redondeadas en el viento. Varios se amontonan para caminar bajo los toldos y techos de comercios que bordean la vereda, evitando mojar sus trajes. Él prefiere mojarse y circula cómodamente justo del lado del asfalto. Sabe que será un buen día. Hoy va a vender por fin el proyecto en el que viene trabajando hace meses. Llegará húmedo pero a tiempo a su reunión. Está seguro de lo que va a proponer, sabe que su trabajo es impecable, pero igual experimenta esa ansiedad habitual antes de cada reunión.
Por favor, que no tenga. No, por favor.
Entra al edificio y le pide a la recepcionista que lo anuncie.
-¿Quién lo busca?
-Barreda, Mariano.
Desde su vestido de algodón negro, su escote libre de peligro lo alivia y una voz le pide que tome asiento. Se acomoda en un sillón de cuero, del mismo color que el vestido, y comienza a observarse en el espejo que tiene en frente. Algunos pelos han quedado achatados sobre su frente y su remera blanca es transparente en aquellos pequeños sectores que fueron alcanzados por el agua. Se peina, pasando los dedos por sus mechones de pelo (del mismo color que el vestido de la mujer y que el sillón), y hace que el aire circule entre su piel y la tela que esconde su torso, aun joven.
Sus 35 años le dan una presencia firme y segura. Eso atrae la curiosa mirada de reojo de quien detrás del teléfono le sonrie tímidamente mientras lo investiga en detalle. Zapatos brillantes (del mismo color que el vestido, el sillón y su pelo), pantalón de vestir azul oscuro, saco haciendo juego y corbata con una trama bordó y amarilla. Llama la atención la remera escote en V reemplazando la camisa que cualquier hombre llevaría a una cita formal. Pero a él le da un look particular. Y a ella le resulta aún más interesante. Empieza a sentirse impaciente y juega con su corbata. Siente que algunos hombres se pasean cerca de él pero prefiere negarles la mirada. No necesita nada que lo desconcentre en este momento. En los extremos de su visión alcanza a ver una camisa celeste saliendo de una oficina adyacente. Su ansiedad aumenta y sus pies empiezan a moverse con nerviosismo.
Que no sea él, que no sea, que no sea, piensa.
Siente pasos que vienen hacia él desde la derecha. La camisa se acerca al escritorio de la recepcionista y luego de unos segundos regresa a su lugar de procedencia.
Gracias, gracias, no era él.
Espera unos minutos más. Logra fijar su pensamiento en la mejor estrategia para convencer a su cliente, repasa sus argumentos y repite en su interior algunas frases necesarias. La puerta de la derecha vuelve a abrirse y la camisa celeste se asoma.
-Adelante, dice.
Mariano levanta la cabeza y percibe esa masa azul clara haciéndole un ademán con el brazo izquierdo. Respira hondo pero no lo puede evitar, sus piernas empiezan a temblar y sus manos se humedecen: Botones, botones y más botones.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Nano - PARTE II
Hay un portazo detrás de él y ahora está encerrado con la bestia. No lo incomoda la personalidad del Sr. Lopez. Es un señor unos 15 años mayor que él, estatura media, regordete. Sus cachetes colorados brillan cada vez que sonríe con simpatía. Se está quedando pelado. Su cabeza también brilla. Pero lo que más brilla son los doce botones que tiene su camisa. Seis al frente, dos en cada puño, y dos debajo del cuello, uno escondido a cada lado. Pero él igual los ve. Son de plástico. Celestes. Asquerosos. A Mariano le falta el aire.
Proyecto, concentrate, miralo a la cara.
Cada vez que el Sr. Lopez se expresa con las manos, Mariano intenta mirar para otro lado, no quiere botones que lo distraigan.
Botones no, broches, prefiere llamarlos.
No puede ni escuchar esa palabra. Ni siquiera en su mente.
Recuerda esa vez que se fue a Brasil con una mujer. Ella sí que era especial. Tuvieron una semana intensa y romántica. Hasta que un día logró sacar lo peor de él. Repetía una y otra vez que había que darle propina al..."empleado del hotel" (ustedes sabrán cómo el nombre de quien está en la entrada, abre las puertas de los autos, ayuda con las valijas y suele usar guantes blancos). Que había sido tan amable el "empleado". Que iba a llamar al "empleado", para que le llevara el equipaje. Etc., etc., etc.
Él emanaba calor, violencia brotaba de su interior, transpiraba. Cada vez que ella hablaba, sentía muchas ganas de taparle la boca. Quizá meterle algún objeto como tapón. Y hasta quizá pegarle. Y la quinta vez que ella dijo la palabra prohibida, aunque refiriera a algo diferente de aquellos "broches" que tanto rechazo le causaban, Mariano sintió naúseas y tuvo que correr al baño a expulsar de su cuerpo el delicioso desayuno que habían disfrutado media hora antes.
Sabía que su miedo era injustificado, pero era también inevitable, desmedido y perturbante. No recordaba cuándo apareció por primera vez. Para él, era desde siempre. Su madre tenía que reemplazar todos los "broches" por velcros, cierres o simplemente removerlos. Su padre había muerto cuando él solo tenía cuatro años, así que no recuerda haber tenido que lidiar con la visión de camisas plagadas de "broches". Sus dos hermanas eran mujeres y era fácil elegir prendas sin estos objetos repugnantes. En la escuela todos estaban al tanto de este problema, por lo que evitaban disparar estos ataques de pánico, pero no faltó ocasión para hacer bromas al respecto y para que Mariano reaccionara con sus correspondientes brotes nerviosos.
Su cabeza está ida. Sus ojos recorren toda la oficina en busca de una ventana que deje ver el horizonte. Pero eso nunca pasa en Microcentro. La náusea está de vuelta. El Sr. Lopez interrumpe la reunión para atender su celular y comienza a hablar como si nada. Sonrie, se pasea por la habitación. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Su panza abultada aumenta el malestar de Mariano. No puede sostener la situación. Ya su cabeza está bloqueada. Su cuerpo tiembla. Tiene frío. Tiene calor. Siente fiebre. Su visión se oscurece, igual que el cielo afuera. Y todo el café que le sirvieron en el bar de la esquina sale de su garganta, revuelto sobre la alfombra beige. El Sr. Lopez deja caer su teléfono justo al lado del charco marrón y lo mira perplejo. Mariano levanta la mirada y ahí está, cerca y filoso, el brillo de un botón. El Sr. Lopez intenta ayudar pero él sale corriendo. No puede volver a ese lugar. Otra vez lo arruinó todo.
Proyecto, concentrate, miralo a la cara.
Cada vez que el Sr. Lopez se expresa con las manos, Mariano intenta mirar para otro lado, no quiere botones que lo distraigan.
Botones no, broches, prefiere llamarlos.
No puede ni escuchar esa palabra. Ni siquiera en su mente.
Recuerda esa vez que se fue a Brasil con una mujer. Ella sí que era especial. Tuvieron una semana intensa y romántica. Hasta que un día logró sacar lo peor de él. Repetía una y otra vez que había que darle propina al..."empleado del hotel" (ustedes sabrán cómo el nombre de quien está en la entrada, abre las puertas de los autos, ayuda con las valijas y suele usar guantes blancos). Que había sido tan amable el "empleado". Que iba a llamar al "empleado", para que le llevara el equipaje. Etc., etc., etc.
Él emanaba calor, violencia brotaba de su interior, transpiraba. Cada vez que ella hablaba, sentía muchas ganas de taparle la boca. Quizá meterle algún objeto como tapón. Y hasta quizá pegarle. Y la quinta vez que ella dijo la palabra prohibida, aunque refiriera a algo diferente de aquellos "broches" que tanto rechazo le causaban, Mariano sintió naúseas y tuvo que correr al baño a expulsar de su cuerpo el delicioso desayuno que habían disfrutado media hora antes.
Sabía que su miedo era injustificado, pero era también inevitable, desmedido y perturbante. No recordaba cuándo apareció por primera vez. Para él, era desde siempre. Su madre tenía que reemplazar todos los "broches" por velcros, cierres o simplemente removerlos. Su padre había muerto cuando él solo tenía cuatro años, así que no recuerda haber tenido que lidiar con la visión de camisas plagadas de "broches". Sus dos hermanas eran mujeres y era fácil elegir prendas sin estos objetos repugnantes. En la escuela todos estaban al tanto de este problema, por lo que evitaban disparar estos ataques de pánico, pero no faltó ocasión para hacer bromas al respecto y para que Mariano reaccionara con sus correspondientes brotes nerviosos.
Su cabeza está ida. Sus ojos recorren toda la oficina en busca de una ventana que deje ver el horizonte. Pero eso nunca pasa en Microcentro. La náusea está de vuelta. El Sr. Lopez interrumpe la reunión para atender su celular y comienza a hablar como si nada. Sonrie, se pasea por la habitación. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Su panza abultada aumenta el malestar de Mariano. No puede sostener la situación. Ya su cabeza está bloqueada. Su cuerpo tiembla. Tiene frío. Tiene calor. Siente fiebre. Su visión se oscurece, igual que el cielo afuera. Y todo el café que le sirvieron en el bar de la esquina sale de su garganta, revuelto sobre la alfombra beige. El Sr. Lopez deja caer su teléfono justo al lado del charco marrón y lo mira perplejo. Mariano levanta la mirada y ahí está, cerca y filoso, el brillo de un botón. El Sr. Lopez intenta ayudar pero él sale corriendo. No puede volver a ese lugar. Otra vez lo arruinó todo.
lunes, 26 de octubre de 2009
ENCONTRÁRSOLE
Llega a casa, luego de varios días de intensa actividad, abre su bolso de cuero marrón y busca la llave en su desorden post-fin-de-semana. Una caja de cigarrillos vacía, papeles que alguna vez envolvieron caramelos, clips para el pelo, un mini-perfume, la entrada del recital de anoche, anteojos de sol, teléfono, brillo de labios, monedas, billetera...llaves. Como siempre lo más buscado hace su aparición justo en último lugar. El sol no ha dejado más rastro que la luz que refleja en el cielo, ahora algo violáceo, luego de haberse escondido detrás del horizonte. Y los árboles se despegan del fondo como figuras negras plenas. Ya será de noche. Lo mejor es entrar rápido. Pero al intentar meter la llave en la cerradura, descubre que la casa no está vacía. Del otro lado de la puerta hay una llave puesta.
Escucha pasos y alguien que se acerca a abrir. La llave gira dos veces y reconoce con amargura su cara: es Soledad.
Ella es la mujer de los espejos, donde con frecuencia se ven imágenes que no se reconocen como propias, se ven fantasmas. Y llegan las ganas de gritar, pero el eco sería insoportable.
Ella es albina. Por eso es tan dificil sacarla de casa.
Es también muda. Pero sabe hablar de cosas que nadie más se atreve a decir.
Terapeuta transparente, fotógrafa del alma, narradora de cuentos verosímiles.
Como tener una cita a ciegas con la conciencia, como una hacerse una radiografía sentimental. Y sin embargo ¡cuesta tánto encontrarse con ella!
Conduce a la cima de la mas fría montaña para sentir el vértigo de mirar hacia bajo. Y no es tarea fácil la bajada.
Educadora de la libertad, experta en castigos naturales.
Una vez conocida se torna casi imposible dejar de verla. Y ¡cuánto más dolorosa es en medio de la gente! Se esconde entre las parejas felices, entre las madres e hijos, entre aquellos que van riendo solos y otra vez quiere subir a la montaña.
Las dos entran a la casa y se sientan frente al televisor. Hombro a hombro se quedan en silencio. Y afuera comienza a llover. Será un domingo cualquiera.
Escucha pasos y alguien que se acerca a abrir. La llave gira dos veces y reconoce con amargura su cara: es Soledad.
Ella es la mujer de los espejos, donde con frecuencia se ven imágenes que no se reconocen como propias, se ven fantasmas. Y llegan las ganas de gritar, pero el eco sería insoportable.
Ella es albina. Por eso es tan dificil sacarla de casa.
Es también muda. Pero sabe hablar de cosas que nadie más se atreve a decir.
Terapeuta transparente, fotógrafa del alma, narradora de cuentos verosímiles.
Como tener una cita a ciegas con la conciencia, como una hacerse una radiografía sentimental. Y sin embargo ¡cuesta tánto encontrarse con ella!
Conduce a la cima de la mas fría montaña para sentir el vértigo de mirar hacia bajo. Y no es tarea fácil la bajada.
Educadora de la libertad, experta en castigos naturales.
Una vez conocida se torna casi imposible dejar de verla. Y ¡cuánto más dolorosa es en medio de la gente! Se esconde entre las parejas felices, entre las madres e hijos, entre aquellos que van riendo solos y otra vez quiere subir a la montaña.
Las dos entran a la casa y se sientan frente al televisor. Hombro a hombro se quedan en silencio. Y afuera comienza a llover. Será un domingo cualquiera.
viernes, 23 de octubre de 2009
YO, PRODUCTO
Soy mujer. Soy joven. Tengo DOS tetas y un culo (donde todavía se distinguen DOS lomadas). Tengo todas mis extremidades completas: DOS piernas, DOS brazos, DOS de...ah! no, veinte dedos. Y DOS ojos. Tengo pelo largo en la cabeza y me depilo los del resto del cuerpo. Porque la naturaleza no sé si es TAN sabia. La depilación es un tema. Un día una amiga se quedó dormida mientras la muchachita le untaba cera caliente y bueno...ahora le decimos "baby". Uso desodorante. Perfume también. Puedo ponerme rimel, rubor, delineador y todas las chucherías que pienso que me transforman en una persona más atractiva, aunque debo aceptar que en general es al pedo: la linda es linda sin pintura y la fea sigue siendo tal cual con maquillaje..."aunque la mona se vista de seda(...)".
Ah, también me baño todos los días. Algunos días con sales y espuma. A veces me hago máscaras faciales. Te dejan la cara inmovilizada por un rato, la única expresión que podés hacer es de asombro o susto (con razón lloraba mi sobrino), pero es genial porque cuando te la sacás tenés la piel de Teté Coustarot. Y de paso te vas entrenando en gesticulación ya que es como un simulacro de botox. Hay que estar preparada para todo.
Me hago las manos y los pies una vez por semana. De vez en cuando uso la piedra china para rasquetear la piel muerta del talón, o de los dedos del pie. Amo estar en patas. Pero dicen que después te salen cayos. Entonces a veces me pongo ojotas. Esas que ahora vienen con plataforma. Porque soy medio petisa. Encima te estilizan las piernas. Estiliza, qué verbo raro. Porque lo usamos para decir "te hace más flaca" o "te alarga", pero en realidad deriva de estilo. O sea, puedo concluir que para nosotros ser flaca es tener estilo, ¿no?
Bueno, a lo que voy, despojándome de toda modestia (porque si escribo es para sincerarme), es a que se supone que puedo conseguir hombres con facilidad. Encima sé hablar, lo cual en la mayoría de los casos es una ventaja. No en todos.
Pero la cuestión es qué tipo de hombres se acercan. A veces mi target no coincide con el tipo de personas que me arrastran el ala (expresión que llegué a comprender en profundidad solo un tiempo atrás durante la atenta observación de un palomo que correteaba a las dulces palomitas con su papada hinchada y su ala pegada al suelo). A mi me quiere Pepe, pero yo quiero a Paco, y Paco quiere a María, pero María lo prefiere a Pepe (y no estoy haciendo apología de ninguna sustancia ilegal).
Entonces, lejos de virtuoso, esto se convierte en un gran círculo vicioso. Es todo una cuestión de posicionamiento. Si, si, si, YO les voy a hablar de posicionamiento, señores gerentes de marketing. Creo que la ley primera es saber lo que el público quiere y apuntar con todo. Lo mismo pasa en las relaciones. Mi forma de hablar, de ser, de vestirme, mi fisique du rol quizá es TOP OF MIND en cierto segmento de hombres. Pero, ¿qué está pasando con el segmento que yo quiero capturar? ¿Dónde estoy fallando? ¿Por qué me llama Pepe y no Paco?
Será porque a Paco le gusta otro tipo de mujeres, me autorespondo. Pero no. No, Andrea. Es porque con Pepe llevé naturalmente una estrategia que no sostuve en el caso de Paco. Veamos cómo funciona esto. Supongamos que a mi Pepe NO me interesa. Entonces tardo en responder sus llamados, rara vez le contesto un mail y mis mensajes de texto, cuando no me "cuelgo", son secos: si, no, estoy en el cine, salgo con mis amigas, después te aviso, beso. Y cuando lo veo, charlamos, buena onda. Pero siempre estoy mirando alrededor, o a sus espaldas, me da curiosidad lo que pasa en el entorno y en general le digo "voy al baño" para nunca regresar. Pobre Pepe, es tanto más fácil decirle no insistas, no me gustás, invertí tu tiempo y energías en otra mina. Pero queda poco sutil. Y seguro que respondería algo como: ¿eh? no, vos a mi tampoco boluda, todo bien. Así que mejor sigo teniendo buena onda, se la merece.
Este es un caso en el que hice todo bien, si mi objetivo era que Pepe se enamorara de mi.
Ahora analicemos el caso B, Paco.
Paco me gusta, me encanta. Creo que me gustaría verlo todos los días de mi vida. Sacrificaría mi noche de sábado con amigas por ir a hacer cualquier tipo de actividad con él. Cuando camino por la calle y escucho música, él es el protagonista de todos mis videoclips mentales. Él es quien me canta "you are just like an angel, your skin makes me cry (...) I wish I was special, you are so very special (...)". Y la canción siempre termina con la baldosa sobresaliente en mi pie y el rallado de la vereda estampado con exactitud en mi cachete, o con mi pantalón blanco salpicado de agua marrón del charco. Sí, el único charco que quedó después de meses de sequía. Ahí me fui a meter.
Cuando él no me llama abro y cierro la tapa de mi teléfono casi compulsivamente. Otra vez lo mismo:
viernes 23 de oct- 2009, 18:30 hs.
Buzón de entrada: cero mensajes. Llamadas perdidas: una. ¡Bien!
A ver...
(redoblantessssss...), (platillo)
Mamá.
Siga participando, Dolores María Silva.
Pero pará, pará, pará. Está sonando. Si, si, si. Y empieza con P...
Pepe y la p.. que te p...
En fin, creo que quedó clarísima la diferencia de estrategias con mis diversos públicos. O la carencia de estrategia en el caso del hombre que quiero. Y ahí está mi error. Es un problema de marketing. Claro como el agua. Tendría que haberme posicionado como un producto exclusivo, dificil de conseguir. Como esos que todos desean. Como una Ferrari. Para Pepe soy como una Ferrari. Pero para Paco soy como el aceite Marolio. Mmm...qué oleo. (Perdón, lo tenía que decir).
Es decir, yo para Paco soy lo que Pepe es para mí ¡Uf! Cruda y cruel la verdad que acaba de revelarse ante mis ojos.
Entonces ya sé. La próxima vez que me enamore, me compro el libro Mercadotecnia de Kotler y lo sigo al pie de la letra. Tengo la certeza de que funcionaría. Apostaría todo a su eficacia. Porque nosotros somos como productos y el juego del amor como el marketing. Se trata de seducir.
-Compre, compre- gritan las piernas de María, mientras en sus manos, con esmalte color fresia salvaje (el último), sostiene un cigarrillo de una forma que me irrita.
Y ahí está Paco, a punto de sacar la billetera.
-Mejor nos vamos- le digo a mi sinceridad. Y seguimos siendo DOS.
Ah, también me baño todos los días. Algunos días con sales y espuma. A veces me hago máscaras faciales. Te dejan la cara inmovilizada por un rato, la única expresión que podés hacer es de asombro o susto (con razón lloraba mi sobrino), pero es genial porque cuando te la sacás tenés la piel de Teté Coustarot. Y de paso te vas entrenando en gesticulación ya que es como un simulacro de botox. Hay que estar preparada para todo.
Me hago las manos y los pies una vez por semana. De vez en cuando uso la piedra china para rasquetear la piel muerta del talón, o de los dedos del pie. Amo estar en patas. Pero dicen que después te salen cayos. Entonces a veces me pongo ojotas. Esas que ahora vienen con plataforma. Porque soy medio petisa. Encima te estilizan las piernas. Estiliza, qué verbo raro. Porque lo usamos para decir "te hace más flaca" o "te alarga", pero en realidad deriva de estilo. O sea, puedo concluir que para nosotros ser flaca es tener estilo, ¿no?
Bueno, a lo que voy, despojándome de toda modestia (porque si escribo es para sincerarme), es a que se supone que puedo conseguir hombres con facilidad. Encima sé hablar, lo cual en la mayoría de los casos es una ventaja. No en todos.
Pero la cuestión es qué tipo de hombres se acercan. A veces mi target no coincide con el tipo de personas que me arrastran el ala (expresión que llegué a comprender en profundidad solo un tiempo atrás durante la atenta observación de un palomo que correteaba a las dulces palomitas con su papada hinchada y su ala pegada al suelo). A mi me quiere Pepe, pero yo quiero a Paco, y Paco quiere a María, pero María lo prefiere a Pepe (y no estoy haciendo apología de ninguna sustancia ilegal).
Entonces, lejos de virtuoso, esto se convierte en un gran círculo vicioso. Es todo una cuestión de posicionamiento. Si, si, si, YO les voy a hablar de posicionamiento, señores gerentes de marketing. Creo que la ley primera es saber lo que el público quiere y apuntar con todo. Lo mismo pasa en las relaciones. Mi forma de hablar, de ser, de vestirme, mi fisique du rol quizá es TOP OF MIND en cierto segmento de hombres. Pero, ¿qué está pasando con el segmento que yo quiero capturar? ¿Dónde estoy fallando? ¿Por qué me llama Pepe y no Paco?
Será porque a Paco le gusta otro tipo de mujeres, me autorespondo. Pero no. No, Andrea. Es porque con Pepe llevé naturalmente una estrategia que no sostuve en el caso de Paco. Veamos cómo funciona esto. Supongamos que a mi Pepe NO me interesa. Entonces tardo en responder sus llamados, rara vez le contesto un mail y mis mensajes de texto, cuando no me "cuelgo", son secos: si, no, estoy en el cine, salgo con mis amigas, después te aviso, beso. Y cuando lo veo, charlamos, buena onda. Pero siempre estoy mirando alrededor, o a sus espaldas, me da curiosidad lo que pasa en el entorno y en general le digo "voy al baño" para nunca regresar. Pobre Pepe, es tanto más fácil decirle no insistas, no me gustás, invertí tu tiempo y energías en otra mina. Pero queda poco sutil. Y seguro que respondería algo como: ¿eh? no, vos a mi tampoco boluda, todo bien. Así que mejor sigo teniendo buena onda, se la merece.
Este es un caso en el que hice todo bien, si mi objetivo era que Pepe se enamorara de mi.
Ahora analicemos el caso B, Paco.
Paco me gusta, me encanta. Creo que me gustaría verlo todos los días de mi vida. Sacrificaría mi noche de sábado con amigas por ir a hacer cualquier tipo de actividad con él. Cuando camino por la calle y escucho música, él es el protagonista de todos mis videoclips mentales. Él es quien me canta "you are just like an angel, your skin makes me cry (...) I wish I was special, you are so very special (...)". Y la canción siempre termina con la baldosa sobresaliente en mi pie y el rallado de la vereda estampado con exactitud en mi cachete, o con mi pantalón blanco salpicado de agua marrón del charco. Sí, el único charco que quedó después de meses de sequía. Ahí me fui a meter.
Cuando él no me llama abro y cierro la tapa de mi teléfono casi compulsivamente. Otra vez lo mismo:
viernes 23 de oct- 2009, 18:30 hs.
Buzón de entrada: cero mensajes. Llamadas perdidas: una. ¡Bien!
A ver...
(redoblantessssss...), (platillo)
Mamá.
Siga participando, Dolores María Silva.
Pero pará, pará, pará. Está sonando. Si, si, si. Y empieza con P...
Pepe y la p.. que te p...
En fin, creo que quedó clarísima la diferencia de estrategias con mis diversos públicos. O la carencia de estrategia en el caso del hombre que quiero. Y ahí está mi error. Es un problema de marketing. Claro como el agua. Tendría que haberme posicionado como un producto exclusivo, dificil de conseguir. Como esos que todos desean. Como una Ferrari. Para Pepe soy como una Ferrari. Pero para Paco soy como el aceite Marolio. Mmm...qué oleo. (Perdón, lo tenía que decir).
Es decir, yo para Paco soy lo que Pepe es para mí ¡Uf! Cruda y cruel la verdad que acaba de revelarse ante mis ojos.
Entonces ya sé. La próxima vez que me enamore, me compro el libro Mercadotecnia de Kotler y lo sigo al pie de la letra. Tengo la certeza de que funcionaría. Apostaría todo a su eficacia. Porque nosotros somos como productos y el juego del amor como el marketing. Se trata de seducir.
-Compre, compre- gritan las piernas de María, mientras en sus manos, con esmalte color fresia salvaje (el último), sostiene un cigarrillo de una forma que me irrita.
Y ahí está Paco, a punto de sacar la billetera.
-Mejor nos vamos- le digo a mi sinceridad. Y seguimos siendo DOS.
miércoles, 21 de octubre de 2009
de sus ausencias
martes, 20 de octubre de 2009
la cultura del seguro
Del auto. De la casa. Contra granizo. Contra incendios. Nunca se sabe qué puede pasar. Hay seguros de viviendas que te aseguran hasta los perfumes importados. Y sí, mirá si los chicos jugando te lo desparraman por el piso. Yo quiero estar segura de que voy a poder seguir teniendo rico olor.
En realidad no tengo chicos, pero por las dudas.
Seguro de vida. Claro, si se muere tu padre por lo menos que te deje una buena cantidad de guita. Vas a ver cómo te sentís mucho mejor el día del entierro pensando que te espera una nueva etapa. Llena de plata.
Hoy es el esfuerzo. Mañana el goce. Ahora es cuando nos sacrificamos y hacemos todo lo posible para que mañana...qué se yo. En general la meta es todo una incógnita. A veces la meta es ponerse metas para retrasar el disfrute del momento. Tenemos esa estructura mental de que "cosecharás lo que siembres" y de que "en el cielo..."; pero, ¿alguien está seguro de que las privaciones de hoy equivaldrán a placeres futuros? Es un esquema raro. El de nuestra cabeza. Siempre el presente queda relegado con respecto al futuro."No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy". Y ¿qué es mañana sino un nuevo hoy?
Nacemos dependientes pero en un estado de libertad absoluta del pensamiento. Nuestra cabeza es todavía ilimitada en sus posibilidades. Todavía no conocemos perros que muerdan, gatos que arañen, arañas que piquen, picanas eléctricas, cucarachas que se metan adentro de orejas ni murciélagos que se peguen en el pelo como chicles. Todavía no vivimos el miedo, el vértigo, la inseguridad. No sabemos que el rosa, el pelo largo, las barbies, las flores y los vestidos son de mujer, ni que el celeste, el pelo corto, los playmovil, el fútbol y los pantalones son de varón, obvio. (¿?)
Pero ni bien empezamos a ver el mundo con las manos y a tocarlo con los ojos, empieza a sonar como un pequeño y constante eco en nuestros oídos la palabra no. Privativa primera: No toques, no comas, no chupes, no llores, no corras. No, no y no. Mirá si te pasa algo.
Entonces nos vamos al colegio. Y después a la facultad. Y después hacemos un master.
Hay algunas reglas simples ante la sociedad:
Cuanto más rigor científico requiera tu estudio, mejor hablarán los amigos de tus padres y los padres de tus amigos.
La carga horaria de la carrera será directamente proporcional a la cantidad de llamados y de regalos el día que te recibas.
Cuanto más números tenga la carrera, más cifras en tu futura cuenta bancaria.
Podés conservar a tus amigos de antes, siempre y cuando vayan a la misma universidad. Y sino, los verás una o dos veces por mes. Total ahora podés moverte como pez en el agua con tu nuevo grupo nerd, de la clase a la biblioteca (pero nunca de la cama al living), luciendo tu último modelo de calculadora científica, tu brillante tabla periódica y tus naranja-suave hojas milimetradas (¿se llaman así?). No hay nada mejor que reirse de un chiste del profesor de estadística o de la pregunta obvia de la rubia tarada. Esa que se confundió de carrera y encima se viste a la moda.
Y cuando termines esta etapa de sacrificio, te van a llover ofertas de todas las multinacionales, y vas a trabajar 1000 horas semanalas, pero justificadas. Porque así vas a seguir escalando posiciones ¿y qué es más importante en la vida que hacer carrera?
La carrera te da seguridad para mañana. El esfuerzo de hoy te deja bien parado para el futuro. ¿y cuándo termina?
Quizá cuando ya no quede mañana.
En realidad no tengo chicos, pero por las dudas.
Seguro de vida. Claro, si se muere tu padre por lo menos que te deje una buena cantidad de guita. Vas a ver cómo te sentís mucho mejor el día del entierro pensando que te espera una nueva etapa. Llena de plata.
Hoy es el esfuerzo. Mañana el goce. Ahora es cuando nos sacrificamos y hacemos todo lo posible para que mañana...qué se yo. En general la meta es todo una incógnita. A veces la meta es ponerse metas para retrasar el disfrute del momento. Tenemos esa estructura mental de que "cosecharás lo que siembres" y de que "en el cielo..."; pero, ¿alguien está seguro de que las privaciones de hoy equivaldrán a placeres futuros? Es un esquema raro. El de nuestra cabeza. Siempre el presente queda relegado con respecto al futuro."No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy". Y ¿qué es mañana sino un nuevo hoy?
Nacemos dependientes pero en un estado de libertad absoluta del pensamiento. Nuestra cabeza es todavía ilimitada en sus posibilidades. Todavía no conocemos perros que muerdan, gatos que arañen, arañas que piquen, picanas eléctricas, cucarachas que se metan adentro de orejas ni murciélagos que se peguen en el pelo como chicles. Todavía no vivimos el miedo, el vértigo, la inseguridad. No sabemos que el rosa, el pelo largo, las barbies, las flores y los vestidos son de mujer, ni que el celeste, el pelo corto, los playmovil, el fútbol y los pantalones son de varón, obvio. (¿?)
Pero ni bien empezamos a ver el mundo con las manos y a tocarlo con los ojos, empieza a sonar como un pequeño y constante eco en nuestros oídos la palabra no. Privativa primera: No toques, no comas, no chupes, no llores, no corras. No, no y no. Mirá si te pasa algo.
Entonces nos vamos al colegio. Y después a la facultad. Y después hacemos un master.
Hay algunas reglas simples ante la sociedad:
Cuanto más rigor científico requiera tu estudio, mejor hablarán los amigos de tus padres y los padres de tus amigos.
La carga horaria de la carrera será directamente proporcional a la cantidad de llamados y de regalos el día que te recibas.
Cuanto más números tenga la carrera, más cifras en tu futura cuenta bancaria.
Podés conservar a tus amigos de antes, siempre y cuando vayan a la misma universidad. Y sino, los verás una o dos veces por mes. Total ahora podés moverte como pez en el agua con tu nuevo grupo nerd, de la clase a la biblioteca (pero nunca de la cama al living), luciendo tu último modelo de calculadora científica, tu brillante tabla periódica y tus naranja-suave hojas milimetradas (¿se llaman así?). No hay nada mejor que reirse de un chiste del profesor de estadística o de la pregunta obvia de la rubia tarada. Esa que se confundió de carrera y encima se viste a la moda.
Y cuando termines esta etapa de sacrificio, te van a llover ofertas de todas las multinacionales, y vas a trabajar 1000 horas semanalas, pero justificadas. Porque así vas a seguir escalando posiciones ¿y qué es más importante en la vida que hacer carrera?
La carrera te da seguridad para mañana. El esfuerzo de hoy te deja bien parado para el futuro. ¿y cuándo termina?
Quizá cuando ya no quede mañana.
lunes, 19 de octubre de 2009
el ciclo de los insatisfechos
El ayer siempre viste los brillos de momentos inolvidables, los que se imprimen con rigor en nuestra consciencia en permanente contraste con un presente intangible e ininteligible. Inabarcable. Así pasamos los días, llorando un pasado que ya no está (mas allá de la memoria) y ansiando un futuro que aun no existe. Como si el punto donde nos paramos fuera siempre el menos deseable y, por mas que nos moviéramos, la situación permanecería inalterada. Somos incompletos. Lo dijo Aristóteles. Lo siento yo. Porque solo me es posible vivir un aquí y ahora efímero, escurridizo. Porque no puedo aferrarme a nada estable. El presente está exento de lógica. Es una contradicción esencial: una sucesión de futuros instantes pasados. Contamos el tiempo con una ciencia exagerada pero ni siquiera sabemos qué es. Reconocemos el misterio pero jamás podremos entenderlo. Quizá sea eso lo que nos hace incompletos. Nos planteamos problemas que carecen de soluciones. Queremos que el frío llore, que el impulsivo piense, que sienta el calculador. Que se enamore el escéptico y sea crítico el enamorado. Nos hacemos preguntas sin respuestas. Y hacemos relojes precisos para medir algo que nadie puede explicar. Medimos la nada, descuidando el todo. Somos todos gatas floras, pasta frolas, buscadores del pelo en el huevo...
y ¿qué existió antes? ¿el huevo o la gallina?
y ¿qué existió antes? ¿el huevo o la gallina?
existencialismo en su máximo esplendor
Despierto, para mi desilusión, en la misma cama donde me acosté anoche. Podría haberme hallado fuera de estas paredes, o incluso fuera de mi mismo, con la exquisita revelación de haber sido todo un insípido sueño.Pero ahora debo enfrentarme a aquello, esto, algo, eso, un no sé qué, que preferimos llamar realidad.Hace frío. No saldré a caminar. Mucho calor también hubiera constituido una válida excusa para suspender la salida.Prendo la TV. Voy a seguir desnutriendo mis neuronas hasta volverme idiota. Creo en la idiotez como la vía rápida a la alegría constante (evito el término "felicidad" porque considero que esta debe partir de verdades), una autopista de placer.Hago mi huelga intelectual, como un adolescente que se niega a alimentarse, para llamar la atención de los demás. En este caso "los demás" soy yo, en mi versión del deber ser. Pero este YO en tercera persona parece somnoliento, como sumido en vaya-uno-a-saber-qué asuntos. Ergo, mi objetivo queda sin cumplir. Tengo que resistir.Esta regresión, pienso (aunque no quiero), no es más que un intento, vano tal vez, por perdurar.Empiezo a transitar la senda del fin, o del principio. Me cuestiono, me empaco, me encapricho. Necesito ver el sentido de todo esto. Claro como el horizonte. No pretendo alcanzarlo y plenificarme. Me conformaría con mirarlo, de modo que mi ser ya lo contenga de algún modo rebuscado.Este adolescer tardío dista del período etario en cuestión por ser ahora el cuerpo quien retrocede frente a la explosión de la mente. Los roles están invertidos. Identifico a la pubertad con la tiranía del cuerpo, un mandato absoluto del tacto. La angustia, por el contrario, corona a una reina intangible, inmaterial, quien dicta una anulación casi total de los sentidos. Digo "casi" porque hay dolor, pero se instala en sitios no físicos, en las olvidadas cavernas del ser. No se encarna en ningun órgano, ni podemos explicarlo sino por medio del vacío. LA NADA. Que ya es algo.No saldré a caminar. El sentido no me espera a la vuelta de la esquina. Encontraré efímeros disfrazados de plenos, con suaves plumas y brillos vertiginosos. Mas serán solo apariencias. A lo sumo fantasmas. Llegarán y se irán sin rastros ni razón. Y cuando ya no estén confundiré sueno con vigilia y los acusaré de ser productos de una mente sin paz.Se disfrazarán de recién nacidos, de sonrisas, de hogares encendidos, de olor a madera, o de buena fe. Se vestirán de amor incondicional. Y cuando caiga el telón me quedaré más vacío que antes, porque habré depositado en sus máscaras mis últimos esbozos de sensibilidad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)