jueves, 5 de noviembre de 2009

Nano - PARTE II

Hay un portazo detrás de él y ahora está encerrado con la bestia. No lo incomoda la personalidad del Sr. Lopez. Es un señor unos 15 años mayor que él, estatura media, regordete. Sus cachetes colorados brillan cada vez que sonríe con simpatía. Se está quedando pelado. Su cabeza también brilla. Pero lo que más brilla son los doce botones que tiene su camisa. Seis al frente, dos en cada puño, y dos debajo del cuello, uno escondido a cada lado. Pero él igual los ve. Son de plástico. Celestes. Asquerosos. A Mariano le falta el aire.
Proyecto, concentrate, miralo a la cara.
Cada vez que el Sr. Lopez se expresa con las manos, Mariano intenta mirar para otro lado, no quiere botones que lo distraigan.
Botones no, broches, prefiere llamarlos.
No puede ni escuchar esa palabra. Ni siquiera en su mente.
Recuerda esa vez que se fue a Brasil con una mujer. Ella sí que era especial. Tuvieron una semana intensa y romántica. Hasta que un día logró sacar lo peor de él. Repetía una y otra vez que había que darle propina al..."empleado del hotel" (ustedes sabrán cómo el nombre de quien está en la entrada, abre las puertas de los autos, ayuda con las valijas y suele usar guantes blancos). Que había sido tan amable el "empleado". Que iba a llamar al "empleado", para que le llevara el equipaje. Etc., etc., etc.
Él emanaba calor, violencia brotaba de su interior, transpiraba. Cada vez que ella hablaba, sentía muchas ganas de taparle la boca. Quizá meterle algún objeto como tapón. Y hasta quizá pegarle. Y la quinta vez que ella dijo la palabra prohibida, aunque refiriera a algo diferente de aquellos "broches" que tanto rechazo le causaban, Mariano sintió naúseas y tuvo que correr al baño a expulsar de su cuerpo el delicioso desayuno que habían disfrutado media hora antes.
Sabía que su miedo era injustificado, pero era también inevitable, desmedido y perturbante. No recordaba cuándo apareció por primera vez. Para él, era desde siempre. Su madre tenía que reemplazar todos los "broches" por velcros, cierres o simplemente removerlos. Su padre había muerto cuando él solo tenía cuatro años, así que no recuerda haber tenido que lidiar con la visión de camisas plagadas de "broches". Sus dos hermanas eran mujeres y era fácil elegir prendas sin estos objetos repugnantes. En la escuela todos estaban al tanto de este problema, por lo que evitaban disparar estos ataques de pánico, pero no faltó ocasión para hacer bromas al respecto y para que Mariano reaccionara con sus correspondientes brotes nerviosos.

Su cabeza está ida. Sus ojos recorren toda la oficina en busca de una ventana que deje ver el horizonte. Pero eso nunca pasa en Microcentro. La náusea está de vuelta. El Sr. Lopez interrumpe la reunión para atender su celular y comienza a hablar como si nada. Sonrie, se pasea por la habitación. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Su panza abultada aumenta el malestar de Mariano. No puede sostener la situación. Ya su cabeza está bloqueada. Su cuerpo tiembla. Tiene frío. Tiene calor. Siente fiebre. Su visión se oscurece, igual que el cielo afuera. Y todo el café que le sirvieron en el bar de la esquina sale de su garganta, revuelto sobre la alfombra beige. El Sr. Lopez deja caer su teléfono justo al lado del charco marrón y lo mira perplejo. Mariano levanta la mirada y ahí está, cerca y filoso, el brillo de un botón. El Sr. Lopez intenta ayudar pero él sale corriendo. No puede volver a ese lugar. Otra vez lo arruinó todo.

1 comentario:

  1. q sensacion horrible, como lo entiendo a mariano..

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