Al último (o primer) día de la semana le falta un poco de definición. Vive siempre tendido entre un ayer y un mañana. Pasado brillante, futuro tormentoso. Recuerdo, alarma. Se parece a la promesa de retomar la dieta mañana cuando acabas de mandarte un chocolate king size y sentís las placenteras secuelas del dolor de panza contenta.
Pero si hay algo que le sobra al mayor y menor de los 7 hermanos de la familia semanal es espíritu. Analítico, inquisitivo, alarmante, melancólico, minucioso al extremo y hasta desgarrador, se aparece en las cabezas más mareadas como un tutor con la sinceridad de una piedra pómez.
La interacción interpersonal del sábado se desvanece ante un ser que decide regresar al caparazón de su, a veces miserable, existencia. El “nosotros” se reduce a un “yo” y el “yo” se limita a un “SOLO yo”.
Los intentos para revertir esta situación son casi infinitos: acercamiento a niños (sobrinos propios o incluso ajenos), limpieza profunda de la casa, adopción de perros, vueltas a la manzana, aplicación de pepinos en los ojos, idas múltiples al supermercado (donde se encuentra el “cálido” contacto con cajeros que aun son seres humanos), entrega de número telefónico al que atiende el dvd (que ajusta perfectamente sus recomendaciones cinematográficas y gastronómicas a mis estados de ánimo), desfile de pijama en la vía pública, búsqueda de música que le gane a Radiohead en el ranking de catalizadores de suicidios, hipnosis ante partidos de fútbol insulsos, escritura de carta a ex pareja que jamás será expuesto al filo de dichas palabras. E invito al lector a proponer otros métodos inútiles para ganar la batalla.
Claro está que todas estas actividades no hacen más que alivianar la desgracia de reconocer que en mi vida no pasa nada. Hay ciclos, se repiten, y yo los miro pasar. El domingo es testigo de esta realidad cíclica y marca la necesidad de emociones intensas (ya fueras buenas o malas).
Buscando explicación al extraño fenómeno dominical, decidí estudiarlo. Y como todo investigador serio entré a Wikipedia, claro.
Sonntag, Dimanche, Sunday, Domingo. Estas 24 horas deben su nombre a la celebración cristiana de la resurrección de Jesús. Dies Dominicus significa “día del señor” y se designó como día de reposo. En el año 321 Constantino decretó que en el día del sol, como lo llamaban en la antigua Roma, “los magistrados y las gentes residentes en las ciudades descansen y que todos los talleres estén cerrados”.
“Easy, like Sunday morning” y "Plácido Domingo" empiezan a cobrar sentido. Se supone que la gente, casi obligada a descansar, debería estar relajada. Pero que no se nos escape un importante detalle. El ocio nos hace pensar (así vivieron Sócrates, Platón, Aristóteles y muchos otros). Dicho de otro modo, el movimiento del cuerpo es inversamente proporcional a la de mi cabeza. Para los enemigos de la matemática: Si me muevo mucho, pienso poco. Si me muevo poco, pienso mucho.
Hete aquí el motivo de semejante contingente de planteos existencialistas justo este día. Sunday, bloody Sunday.
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